Valle de México
Viernes 13 de Febrero de 2009.
El arte de ligar se basa, primordialmente, en tácticas de negociación. Es un intenso estira-y-afloja que si bien es muy divertido, también puede llegar a ser desgastante. Estarse preguntando horas, días, se-manas, hasta meses, si le gustas o no al otro (a); deducir si te está “dando entrada” o sólo te quiere “como amigos”; tratar de interpretar cada palabra, cada mirada, cada sonrisa, y errar continuamente, es muy cansado.
Por ello resulta tan admirable la forma en la que los animales no humanos cortejan a la hembra. Van a lo que van, no se andan con rodeos, la otra ya sabe lo que están intentando y sólo debe decidir si aceptarlo o no. Sin embargo, lo osado y directo de sus procedimientos no les resta belleza: danzas, regalos, duelos y rituales engalanan eso a lo que sin duda se le puede llamar “arte”.
Algo similar sucede en ciertos poblados de México, donde la gente se reúne los domingos en la plaza central y no hay lugar a dudas: quien esté ahí y participe en los protocolos de conquista, se encuentra disponible y dispuesto. Si ellas aceptan la rosa, bien, ya está dado el primero y uno de los más complicados pasos: abrir las puertas. Si no la toman, está demás seguir intentando. Puede ser un trago amargo, pero mucho menos que la incertidumbre. Así se evitan demasiados trámites, dimes y diretes, angustias, malentendidos y “otorgamientos de alas”.
En las grandes ciudades es común que la cosa se ponga más complicada. Es difícil decidir si hay que ser sutil o directo, romántico o machín, cursi o salvaje, misterioso o cínico, dadivoso o reservado.
Ligar: conquistar, flirtear, coquetear, seducir, cortejar, amarrar, atar, sujetar, enlazar, unir, conectar, relacionar, mezclar, alear, aliar, agruparse, etcétera. Tantos sinónimos como formas de llevarlo a cabo.
Las mujeres y los gays no la tienen tan difícil: las primeras sólo deben tronar los dedos y tendrán una hilera de prospectos a sus pies; los segundos son más alivianados y directos, no necesitan crear tanta faramalla para el cortejo. Aquel hombre que pretenda conquistar a una damisela, en cambio, tendrá que proceder con mucha más cautela. Para ligar, ciertamente, no existe un método exacto e infalible. Ni existirá, pero no está de más intentar alguno. Y helo aquí:
Como animales instintivos, así como seres emocionales, hombres y mujeres participamos en el juego de las apariencias y el cortejo. Desde las comunidades más primitivas hasta la sofisticación de los estereotipos urbanos, existe un hecho primordial para la seducción: la mirada copulatoria -término acuñado por los etólogos y empleado por la doctora Helen E. Fisher en su libro Anatomía del amor-; que consiste en el contacto visual de dos seres que transmiten su energía sexual a través de unos segundos de contemplación. Bajo este principio, podemos asumir que el silencio es un elemento central en la seducción. “Tal vez sean los ojos -y no el corazón, los genitales o el cerebro- los órganos en donde se inicia el idilio, ya que es la mirada penetrante la que con frecuencia provoca la sonrisa humana”, escribe Fisher.
Luego del primer contacto visual, del encanto del silencio, el lenguaje corporal se manifiesta como reflejo de la aceptación o rechazo del cortejo. La cabeza levemente inclinada, un suave balanceo del cuerpo y un relajamiento de los músculos pueden indicar la complicidad en el juego. Es el momento en que la voz, que no simplemente las palabras, entra al quite. En una conversación donde la atracción se insinúa y la seducción no se ha concretado, las palabras no cumplen una función determinante. Es la entonación, la forma de decir las cosas, la que define las intenciones de quien habla y quien escucha. “Un hola agudo, suave y melifluo es con frecuencia señal de interés sexual, mientras que un saludo cortante, grave, concreto o impersonal, rara vez conduce al idilio”, asegura la doctora Fisher.
Para el filósofo Jean Baudrillard, “la seducción es aquello que no tiene representación posible, porque la distancia entre lo real y su doble, las distinción entre el Mismo y el Otro, está abolida”. Baudrillard aborda el tema de la seducción como un elemento fundamental de la identidad humana; es la causa de un vértigo donde las apariencias se funden. “Si las cosas tienen por vocación divina encontrar un sentido, una estructura donde fundar su sentido, sin duda también tienen por nostalgia diabólica perderse en las apariencias, en la seducción de la imagen, es decir, reunir lo que debe estar separado en un solo efecto de muerte y seducción. Narciso.”
Es en el mito de Narciso donde se muestra la necesidad humana por la autocontemplación, por encontrar al otro en sí mismo. En el espejo de agua, impenetrable, el reflejo es superficial, y en él absorbe lo que desea de la imagen, sin reflexionar sobre ella. Este proceso de absorción de las apariencias es, según Baudrillard, una de las grandes figuras de la seducción. Nos atrae y seduce en el otro la presencia del reflejo, por la mirada o el maquillaje, por la belleza o la imperfección, por las máscaras o la locura. El tormento y la sed de Narciso están presentes de forma un tanto engañosa en todo flirteo, en todo proceso donde la seducción actúa.
Pero más allá de Narciso, del reflejo simplista de la autoseducción, Baudrillard explica que “yo seré tu espejo no significa yo seré tu reflejo, sino yo seré tu ilusión. Seducir es morir como realidad y producirse como ilusión”. La crítica a la falsedad de las apariencias es un tema recurrente en las reflexiones del filósofo francés. En su discurso, plantea que los lugares comunes de la seducción representan la anulación de los signos, la anulación del sentido, la ausencia del deseo; son apariencia pura, carente de significación profunda. Para Baudrillard, “los ojos que seducen no tienen sentido, se agotan en la mirada. El rostro maquillado se agota en su apariencia, en el rigor formal de un trabajo insensato. Sobre todo, no un deseo significado, sino la belleza de un artificio”. Y sin embargo, concede la posibilidad de que la complicidad, la libre circulación del secreto que rodea a las palabras, las miradas; todo elemento que subyace al discurso, produzca un deseo verdadero, una iniciación ritual que tiene sus propias reglas.
Por ello, la seducción no es verdadera, pues seducir al otro es apartarlo de su verdad. “Fuerza de atracción y de distracción, fuerza de absorción y de fascinación, fuerza de derrumbamiento no sólo del sexo, sino de todo lo real, fuerza de desafío, nunca una economía de sexo y de palabra, sino un derroche de gracia y de violencia, una pasión instantánea a la que el sexo puede llegar, pero que puede también agotarse en sí misma, en este proceso de desafío y de muerte, en la indefinición radical por la que se diferencia de la pulsión, que es indefinida en cuanto a su objeto, pero definida como fuerza y como origen, mientras la pasión de seducción no tiene sustancia ni origen: no toma su intensidad de una inversión libidinal, de una energía de deseo, sino de la pura forma del juego y del reto puramente formal.”
Después de escuchar las reflexiones de Baudrillard, podemos concluir que el juego de la seducción carece de reglas, sus mecanismos son complejos y responden tanto a impulsos instintivos como a estímulos del entorno. Sin embargo, queda claro que en todo flirteo, el origen está en la mirada copulatoria, en el silencio y la gracia de movimientos discretos e invitantes.