Espectáculo Aéreo reune a 132 mil mexicanos en la Base Militar de Santa Lucía en Tecámac.

Tecámac, Estado de México
Sábado 27 de Agosto de 2011.

Eran 132 mil personas las que habían llegado hasta el lugar en coches y autobuses —aseguraba el animador de la Secretaría de la Defensa Nacional por los altavoces—. Curiosidad, debilidad ante los uniformes militares, devoción por las bélicas máquinas aéreas. Ganas de evadirse durante una mañana…

Eran 132 mil personas que querían distraerse: más gente de la que cabe en el estadio Azteca (110 mil aficionados). No era para menos: se trataba de la primera vez que civiles entraban masivamente al lugar, a la mexiquense Base Militar Aérea Número 1 de Santa Lucía, donde se llevaba a cabo un impresionante espectáculo aéreo de dos horas y media de duración, realizado por diestros pilotos de la Fuerza Aérea Mexicana.

Y sí, ahí estaban miles y miles de mexicanos en marabunta —el pueblo, ni bueno ni malo, el pueblo nomás, de todas clases sociales—, con rostros de estupefacción, ajenos o evasivos del duelo nacional, gozando las piruetas y acrobacias de jets, aviones y helicópteros, aplaudiendo la pericia de militares paracaidistas y rapelistas. Ahí estaban, decenas de miles de familias gritando de emoción, coreando súbitamente el futbolero:

“¡Mé-xi-co, Mé-xi-co, Mé-xi-co!”.

Y no sólo eso: en las tribunas que fueron colocadas al lado de los hangares los espectadores también se divertían haciendo la no menos futbolera ola humana. Los demás, los que no alcanzaron lugar en las gradas, se instalaron en plena romería familiar sobre los andadores ubicados frente a las pistas: llevaban mesas plegables, sillas, manteles, hieleras, sombrillas como de playa, incluso había un par de tiendas de campaña. Quienes no tenían parasoles o gorras y sombreros (pañoletas para las damas), echaban mano de protectores solares porque la mañana estaba ardiente. Comían y bebían: traían tortas, sándwiches, huevos duros, comida chatarra, jugos, refrescos, y nada de alcohol: estaba prohibido. Los olvidadizos no sufrían: había puestos con comida y botanas de todo tipo.


Pero la diversión estaba en
el aire…

Sonaban las hélices de los aviones de combate PC-7 que lanzaban humo tricolor y luego regresaban en formación de escuadrillas acoladas. Luego venían los PT-17 que recordaban a los armatostes de la Primera Guerra Mundial. La gente empezaba a echar mano de cámaras fotográficas y de video, de sus teléfonos móviles que también servían para retratar o grabar.

Vendría después una espectacular escolta: surcaba el aire un jet Boeing 727, uno de esos aviones como de ejecutivos o de mandatarios, y era resguardado a cada lado por los veloces F-5, de los mejores cazas que tiene México. “Mira, como de película gringa, hijo, como que van cuidando al Presidente”, le decía un padre a su puberto.

Y empezaban los gritos: seis estruendosos aviones F-5 iniciaban sus acrobacias verticales y horizontales.

—¡¡Guaaaaaauuu!! —exclamaban unos con voz perruna.

—¡¡Woooooowww!! —se agringaban otros con tono televisivo.

—¡¡Viste esoooo!! —gritaban no pocos en tono más mexicanizado.

Puros rostros de alegría… “que tanta falta nos hace”, asentía una mamá.

El narrador del espectáculo prevenía a la gente:

—¡Por favor! ¡Tápense los oídos en esta pasada que va a venir!

¡¡¡Zuuummmbroooon!!!

Tronaban los motores de las naves que hacían una sorpresiva pasada a bajísima altura, y en efecto, no sólo cimbraban todo, sino que ensordecían a los escépticos que no obedecieron.

Enseguida se presentarían bombardeos de salva realizados por aviones PC-7 ante la estupefacción de la gente, y después el lanzamiento en paracaídas de aerotropas desde un avión C-130 y cuatro aviones C-295. De inmediato llegaba la infiltración de soldados por soga rápida desde dos helicópteros MI-17 escoltados por dos helicópteros artillados MD-530F. Doce elementos serían exfiltrados por cuerdas en las que colgarían seis soldados en cada una, un par de militares portando sendas banderas nacionales.

Seguirían las intrépidas acrobacias de los PC-7, que en ocasiones parecía que chocarían y aparentaban rozarse en el último instante, mientras que otras veces provocaban la sensación de que caerían en picada sobre el público.

La gente, eufórica, gozosa. Toda una mañana aérea… para evadir el duelo.